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¡Me les voy a la jodida!

¡Me les voy a la jodida!

La necedad y el Covid son para mí, lo que la guerra de Vietnam a EU.

Tener un ataque de tristeza en plena jornada laboral es demasiado, ¿hasta dónde podremos aguantar?

Recibir el servicio con sala de espera llena, sólo un par de camas disponibles y en las ocupadas se ubicaba una paciente que a sus 32 años, dio el último respiro, había que desconectarla.

Otra con pérdida total auditiva quien no sabe más que leer los labios, el cubrebocas hace la comunicación casi nula.

Se tuvo que apresurar el proceso del cadáver para que pudiera ingresar alguien más, con las medidas sanitarias pertinentes, aunque quisiéramos tiempo, para que mínimo pueda secarse el lugar, pero no lo tenemos, el tiempo literalmente hoy, es vital.

Un caballero, de respiraciones cortas, agitadas, agonizantes y dificultosas, tanto, que no le fue posible girar su cuerpo boca abajo en la cama ya que implica un esfuerzo sobrehumano para sí mismo, veía mis manos blancas del látex y muy pequeñas a comparación de las suyas, inició a darme toquecitos con su índice, uno, dos, tres, se detenía, uno, dos, se detenía, uno, dos, tres… luego me di cuenta que era código morse, le pregunté si quería escribir, me respondió que no con su cabeza y supongo que, se enteró que no le entendía porque lo vi darse por vencido, su oxigenación no subía de 70, él era muy grande para el pequeño espacio en la cama.

Se me arrasaron los ojos detrás de la máscara plastificada y el corazón lo tuve que recoger en pedazos antes de salir al área común.

Abrí el cristal deslizable, mis piernas se doblaron y no hice nada por contener mi caída, allí, en el suelo, llorando sin poder detener la rabia, dolor, impotencia y frustración era el lugar más seguro donde podía estar, ni siquiera en los brazos de mi madre hubiera sentido mayor refugio.

Mis compañeras pensaron que me había lastimado, y no estaban erradas, sólo que no era físico, por fuera no había dolor.

La Dra. Karla Puga más bella que de costumbre (y vaya que es un ser de luz infinito), me ofrecía hasta una habitación doble en el Hyatt de Acapulco, bueno, exagero; sólo una silla de ruedas que era lo disponible en el humilde hospital, pero no la necesitaba, me faltó voz para agradecerle todo lo que hace por nosotros desde que despierta, hasta que su cama la recibe de nuevo tanto en el ISSSTE, como en el General.

Tomé unos tragos de café ya helado, unas cucharadas de arroz, volví a vestirme y salí a atender un usuario más, de los que esperaban en el área, alcancé a ver una típica sombra llegar a la puerta exterior.

Entré al consultorio del médico y pregunté

-¿Otro más?

-Sí mi niña, respondió con una resignación total.

Y no era ni cerca, la hora de terminar turno…

Aún me queda mucho por hacer, no puedo dejar solos a mis compañeros de armas, a mi equipo de batalla, no me permito desertar ante este panorama.

Pero no se pasen, respeten nuestro esfuerzo, nuestro trabajo.

Y no es petición, es más, ¡SE LOS EXIJO!

Las personas están llegando a morir, no pueden dar un mensaje final, ni abrazar a quien quisieran por otra ocasión más, ni despedirse de sus mascotas.

Sólo te lanzan una última mirada y ya, ahí termina su historia, ahí quedan sin comas, ni paréntesis, sin capítulos por respirar, sin cifras que nos permitan ayudar…

No terminaré de contarles mis días laborales, estén seguros que estas memorias no son ni el 10 por ciento, de lo que se vive dentro.

Por Gina Ávalos
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